Por fín ha llegado el otoño. El calor abrasador ha dejado paso, de nuevo, al frío y la lluvia, a las noches largas y a los días deliciosamente grises y melancólicos que hacen que hasta las escolopendras nos sintamos conmovidas por la belleza decadente de las hojas muertas y los cielos plomizos. Y sin que siente de precedente, os contaré, aprovechando este ánimo introspectivo que me esponja el corazón y dulcifica el carácter, cómo conocía a la reina de las luciérnagas. No recuerdo exactamente el cúando, porque mis días y mis noches son sólo una prolongación del mismo presente: el mismo sol, la misma luna, las mismas estrellas que ocupan exactamente el mismo lugar en el firmamento una y otra vez, dentro del perfecto circuito del universo estático en el que vivo. Lo que sí recuerdo es el dónde. Aún no había cambiado los espacios naturales por el domesticado territorio urbanita. Vivía en las raíces medio podridas de un viejo chopo moribundo, junto con una pequeña colonia de frenéticas hormigas negras que normalmente evitaban mi presencia debido a que, alguna que otra vez había aprovechado un descuido para merendarme alguna de las miles de larvas blanditas y apetitosas que con tanto mimo cuidan en el hormiguero.
Mi vida transcurría todo lo tranquila que puede ser la existencia de un miríapodo que en un segundo puede convertirse en la cena de otro depredador, siempre al acecho, persiguiendo unas veces, huyendo otras. Y entonces, en una noche especialmente oscura, llegó ella. Acababa de cazar una polilla, que aunque no es mi plato favorito,el polvillo de las alas me provoca ardores de estómago, era mejor que nada. Me había acurrucado bajo una piedra cubierta de musgo para asimilar todos los nutrientes recién ingeridos cuando, frente a mí ví una extraña luz fosforescente una milésima de segundo, que desapareció al momento. Mis antenas se pusieron en modo alerta, mis 42 patas en tensión, listas para correr como sólo ellas saben. Seguí mirando en la misma dirección, y nada, la negrura más absoluta. Cuando iba a retirarme a mi guarida, de nuevo ocurrió: la más hermosa luz verde que había visto en mi vida brillaba ante mis ojos. Esta vez, permaneció encendida más tiempo, iluminando con una luz irreal las hojas de alrededor. Y se volvió a apagar. Estaba como hipnotizada: la prudencia me gritaba a voz en cuello que ni por lo más remoto me acercara a esa extraña aparición, pero mi estúpida curiosidad me animaba a averiguar qué podía ser lo que estaba presenciando. Entonces, empezaron a surgir más luces de la oscuridad, que, describiendo trayectorias inseguras, se aproximaban a dónde había surgido la primera luz. En un momento decenas de puntitos luminosos danzaban en la noche, describían círculos, bajaban, subían, en una danza mágica y fantasmal. Y entonces ella, la única luz fija, empezó a brillar con una intensidad que nunca había visto, con un resplandor lunar que hacía que te preguntaras si estabas soñando. Poco a poco, todas las luces se fueron aproximando hacia ella, posándose en las ramas aledañas, hasta que todo el árbol quedó iluminado. Entonces, los sonidos nocturnos cesaron de repente, como si el espectáculo fosforescente hubiera enmudecido a todas las criaturas vivas y las luces se encendían y apagaban al unísono, en un extraño lenguaje lumínico que solo esos seres entendían. Era como presenciar un canto sin sonido, una melodía sin notas...Y así, en vela, pasé toda la noche, maravillada, hasta que la luz del amanecer borró todo rastro de lo que había presenciado dejándome con la duda si, de nuevo, había ingerido por accidente alguna sustancia alucinógena.
El siguiente día lo pasé en duermevela, sin fuerzas para salir de caza, pero con una única obsesión: esperar la oscuridad de nuevo y extasiarme con el espectáculo de la noche anterior. Y así hice,noche tras noche durante una semana. Casi olvidé alimentarme, descansaba poquísimo y la debilidad se empezó a apoderar de mi cuerpo. Nada importaba más que esa luz magnética y boreal, y sin darme cuenta, empecé a resbalar hacia una dulce y aterciopelada muerte totalmente voluntaria. No sé que habría sido de mí si en una de esas letárgicas mañanas en las que lo único que hacía era esperar las horas nocturnas no me hubiera topado con un hambriento mirlo, que, aprovechando mi sopor, me cogió con el pico con la nada elegante intención de desayunarme. Cuando sentí la sacudida de su pico desperté de mi estado de embrutecimiento y, aprovechando que mis mandíbulas caían cerca de su cuello, le hinqué mis colmillos, inyectando una generosa dosis de ponzoña en su cuerpo. Me dejó caer al momento y, afortunadamente, ese incidente despertó mis sentidos de nuevo. Una cosa es dejarse morir de fascinación y otra muy diferente que un apestoso pajarraco te devore para luego regurgitarte en los picos hambrientos de sus pelados polluelos. Una tiene su dignidad. Como pude me arrastré hacia el hormiguero: necesitaba alimento fácil de conseguir y abundante que no agotara mis escasísimas energías, al igual que vosotros acudís cuando os rugen las tripas a los McDonald´s. Fué una orgía de sangre, y, cuando ahíta de larvas, sentí la energía volver a mi cuerpo decidí averiguar que extraño ser me había hipnotizado de tal manera. Pero claro, debía ir de día, cuando su capacidad de seducción fuera nula.
Me dirigí a la roca desde donde divisé por primera vez esa extraña luz, y, tengo que confesarlo, con un leve temblor en mis patas, trepé al árbol buscando el origen... Y, como pasa en muchos momentos de la vida, preferí no haber sabido la verdad. Esperaba encontrar un ente luminoso y perfecto, la matrialización de todo lo bello... Pero allí estaba, devorando una babosa negra y viscosa, como si fuera la única vez que hubiera comido. Levantó su cabecita grisácea, y, con hilillos de sangre de su presa goteando de su mandíbula, me miró ausente, un momento, sin una chispa de curiosidad en sus ojillos, para luego seguir comiendo como si yo no estuviera allí. El origen de mis desvelos, de mi casi fallecimienro, no era más que una espantosa y fea luciérnaga, un insecto con el cuerpo blando y fragmentado, !y con sólo seis pares de patas , qué vulgaridad¡... A punto estuve de abalanzarme sobre ella y devorarla... Sentí mi orgullo herido... ¿Cómo era posible haber caído bajo el embrujo de un ser tan absolutamente insulso, sin gracia alguna?. Lo que había estado presenciando no era más que el cortejo de los bobos machos luciérnagas, que sí pueden volar, y atraidos por la intoxicante luz de la hembra acuden, como seres sin voluntad, a suspirar por los favores de la hembra. Y yo había sido uno más de sus aborregados admiradores...
Sin embargo, me dí media vuelta y puse tierra de por medio. ¿la razón?... Pues bueno, de alguna manera, aunque a la luz del día no dejara de ser un tipo de escarabajo poco agraciado, su luz me había transportado a un estado cercano a la felicidad. Nunca había visto nada tan hermoso, aunque fuera mentira...Y así estuve muchos días meditando sobre la belleza, sobre el poder que ejerce en las almas sensibles, como la mía, y sobre que, muchas veces, pasamos nuestras cortas vidas suspirando por una enorme y falsa ilusión, por una falacia...pero era tan,tan hermosa...
domingo, 20 de noviembre de 2011
lunes, 29 de agosto de 2011
Gracias Benedicto!!!!!
No sé si en mi caso puedo decir eso de "me da vueltas la cabeza", porque, aunque tengo cabeza, no tengo cuello ni cervicales que me permitan girarla, pero bueno, tampoco nos vamos aponer picajosos, porque es la expresión que mejor define mi actual estado... Sí, me dá vueltas la cabeza, y llevo así unas semanas, entre el calor sofocante que me ha tenido buscando, sin éxito, grietas y hoquedades con algo de humedad en una casa que desgraciadamente para mí y las demás criaturas que vivían en el patio, ha sido remodelada y el tsunami cristiano que ha invadido este Madrid que cada vez me recuerda más a una triste capital de provincia de los años cincuenta, estoy que no me hallo. Yo, que era la depredadora perfecta, ágil, despiada y siempre sedienta de fluidos vitales ajenos, me he convertido en una caricatura de mí misma... Y el invierno se acerca inexorablemente de nuevo. Ahora entiendo el leit motiv de los románticos, la frustración de ser consciente de la brevedad de la vida, la melancolía del tempus fugit... ¿Veís?, no soy yo, me he convertido en una llorica... Precisamente ahora, el momento perfecto para derramar a diestro y siniestro mi veneno, mi preciada escolopendrina, de hincar mis fauces en tantas virginales carnes blandas y mórbidas de nacionalidades tan variadas, deseosas de sufrir en nombre de Dios, Cristo, el Santo Padre y Rouco varela. Mi llanto es inconsolable: que nó habría dado yo por deslizarme bajo los inmaculados ropajes del representante de Dios en la Tierra, Benedicto El de la Sonrisa Lobuna, para comprobar si el despiadado agosto madrileño le hacía sudar sus marchitos e inútiles genitales como al resto de los mortales, de constatar si lleva sagrados Calvin Klein o un tanga brasileño, que todo es posible. Hubiera realizado mi sueño mordisqueando la pantorrilla peluda de una novicia francesa, seguramente sin depilar... Y qué decir del placer de masticar el lóbulo de un adolescente estadounidense, tan rubio y coloradote... Pero eso ya nunca podrá ser, el Santo Varón que tan bien comprende y perdona a los pederastas de su Iglesia y tanto fustiga a los homosexuales que han tenido la valentía y el coraje de vivir sin miedo, a las mujeres que son dueñas de sus vidas, en fin, a todos los que se niegan a ser corderos de su rebaño de lobotomizados, el padre de los Católicos se ha retirado a sus humildes aposentos del vaticano. Tendré que hacer alguna incursión furtiva para calmar este desasosiego, quizás a un colegio femenino del Opus Dei para deslizarme bajo las medias color beige de alguna hermana bigotuda y darle lo que tanto le gusta, un poquito de dolor para que vaya ganándose un lugar entre los mártires. Al fin y al cabo es lo que han buscado durante siglos...Si al final voy a ser hasta piadosa.
Tengo la impresión de que poco a poco vuelvo a ser yo... Gracias, Benedicto!!!!
Tengo la impresión de que poco a poco vuelvo a ser yo... Gracias, Benedicto!!!!
miércoles, 22 de junio de 2011
Auschwitz, siglo XXI.
Sé que si muchos leyeran esta entrada, aparte de ese minúsculo y selecto grupo de seres vivientes que, aún no entiendo porqué, se interesan por los pensamientos de esta escolopendra (y lo agradezco desde el fondo de mi corazoncito artrópodo), probablemente se indignarían hasta la congestión, porque hay temas de la historia de los primates evolucionados que no se pueden ni mencionar sin que a los guardianes de la Verdad Absoluta se les hinche la yugular.Pero como sólo un puñadito van a leer esto y, además, soy una escolopendra, puedo opinar de lo que quiera. Faltaría más.
Jonathan Safran Foer es judío, escritor y vegetariano. La verdad que me es bastante intrancesdente si sus oraciones van dirigidas a un dios-calamar o enciende cirios a los pies de Pamela Anderson cada sábado noche, pero en este caso si hay una diferencia: ha escrito "Comer Animales", un libro que a veces me ha hecho casi vomitar, a veces me ha horrorizado, y otras me habría llevado a llorar desconsoladamente si hubiera podido. Este clarividente ser humano sería al único que, si casualmente cruzara su pié desnudo frente a mis mandíbulas, se libraría de mi mordedura, porque se lo ha ganado: ha sido valiente, sincero y sobre todo compasivo con los pobladores mayoritarios del planeta Tierra, los animales, por contar lo que nadie quiere saber, por sacar a la luz que la esclavitud, la tortura, el exterminio están a la orden del día y que son los humanos los que la están ejerciendo con total impunidad. Existe un Auschwitz animal, pero pocos lo saben, pocos lo creen, pocos quieren verlo, pocos quieren evitarlo. ¿No resulta familiar?. Pensemos en la Alemania de antes de la II Guerra Mundial, en Hitler, en la solución final, en los miles de cuerpos empujados a fosas comunes, en miles de seres humanos convertidos en cosas, desnutridos, explotados, masificados...Y esto lo ha escrito el nieto e hijo de perseguidos, de exterminados, de torturados, sin escandalizarle, sin relativizar el sufrimiento, sin poner por encima el dolor humano del dolor animal, porque el Dolor es el mismo, dá igual la especie: nuestros organismos biológicos son los mismos, somos espejos en los que mirarnos. Desgraciadamente para la mayoría de los humanos este punto de vista es hasta risible: ¿cómo se puede comparar una gallina con un ser humano? ¿cómo un cerdo va a tener igual valor que una persona? ¿cómo va a tener derechos una ternera?. Por una vez me guardaré la ironía, porque he visto muchas gallinas en las rebajas y muchos cerdos montados en el metro, pero bueno, pues sí, los tienen. La dignidad no es prerrogativa humana, el derecho a tener una vida decente también se aplica a los animales, porque el autor del libro no aboga por el vegetarianismo de una manera radical, que, por otra parte, considera es la mejor opción, pero entiende que se coma carne, siempre y cuando el animal haya disfrutado de las mejores condiciones de vida y las mejores circunstancias de muerte. Nada más alejado de la realidad: para que los primates satisfagan su gula milles de gallinas, vacas, cerdos, pavos, terneras, viven hacinados en recintos minúsculos, tratados como engranajes en una cadena de producción donde se les obliga a parir continuamente, a poner huevos, donde se les atiborra de medicación para que sus cuerpos debilitados resistan hasta alcanzar el peso necesario para convertirse en alimento, a ser transportados en camiones de la muerte, donde muchos tienen la suerte de morir antes, para ser conducidos a los mataderos donde se les tratará sin el menor cuidado, golpeándoles y hasta rompiéndoles huesos, porque ¿quién se dirige voluntariamente a una muerte segura?, para luego eviscerarlos, desangrarlos, despellejarlos, escaldarlos, sin siquiera comprobar antes si están muertos o sólo aturdidos. Y esto sin hablar de los animales marinos, a los que se pesca sin ningún tipo de selección, donde cientos de animalillos mueren para que un gordo ser humano y su gorda y ruidosa prole devoren un plato de gambas al ajillo mientras suena David Bisbal por los altavoces del chiringuito. Sólo tengo una cosa que añadir, y no la digo yo, la he buscado en la wikipedia: una de las definiciones de Humanidad: la compasión, el altruismo y otros rasgos morales positivos.
Me da la risa floja.
Jonathan Safran Foer es judío, escritor y vegetariano. La verdad que me es bastante intrancesdente si sus oraciones van dirigidas a un dios-calamar o enciende cirios a los pies de Pamela Anderson cada sábado noche, pero en este caso si hay una diferencia: ha escrito "Comer Animales", un libro que a veces me ha hecho casi vomitar, a veces me ha horrorizado, y otras me habría llevado a llorar desconsoladamente si hubiera podido. Este clarividente ser humano sería al único que, si casualmente cruzara su pié desnudo frente a mis mandíbulas, se libraría de mi mordedura, porque se lo ha ganado: ha sido valiente, sincero y sobre todo compasivo con los pobladores mayoritarios del planeta Tierra, los animales, por contar lo que nadie quiere saber, por sacar a la luz que la esclavitud, la tortura, el exterminio están a la orden del día y que son los humanos los que la están ejerciendo con total impunidad. Existe un Auschwitz animal, pero pocos lo saben, pocos lo creen, pocos quieren verlo, pocos quieren evitarlo. ¿No resulta familiar?. Pensemos en la Alemania de antes de la II Guerra Mundial, en Hitler, en la solución final, en los miles de cuerpos empujados a fosas comunes, en miles de seres humanos convertidos en cosas, desnutridos, explotados, masificados...Y esto lo ha escrito el nieto e hijo de perseguidos, de exterminados, de torturados, sin escandalizarle, sin relativizar el sufrimiento, sin poner por encima el dolor humano del dolor animal, porque el Dolor es el mismo, dá igual la especie: nuestros organismos biológicos son los mismos, somos espejos en los que mirarnos. Desgraciadamente para la mayoría de los humanos este punto de vista es hasta risible: ¿cómo se puede comparar una gallina con un ser humano? ¿cómo un cerdo va a tener igual valor que una persona? ¿cómo va a tener derechos una ternera?. Por una vez me guardaré la ironía, porque he visto muchas gallinas en las rebajas y muchos cerdos montados en el metro, pero bueno, pues sí, los tienen. La dignidad no es prerrogativa humana, el derecho a tener una vida decente también se aplica a los animales, porque el autor del libro no aboga por el vegetarianismo de una manera radical, que, por otra parte, considera es la mejor opción, pero entiende que se coma carne, siempre y cuando el animal haya disfrutado de las mejores condiciones de vida y las mejores circunstancias de muerte. Nada más alejado de la realidad: para que los primates satisfagan su gula milles de gallinas, vacas, cerdos, pavos, terneras, viven hacinados en recintos minúsculos, tratados como engranajes en una cadena de producción donde se les obliga a parir continuamente, a poner huevos, donde se les atiborra de medicación para que sus cuerpos debilitados resistan hasta alcanzar el peso necesario para convertirse en alimento, a ser transportados en camiones de la muerte, donde muchos tienen la suerte de morir antes, para ser conducidos a los mataderos donde se les tratará sin el menor cuidado, golpeándoles y hasta rompiéndoles huesos, porque ¿quién se dirige voluntariamente a una muerte segura?, para luego eviscerarlos, desangrarlos, despellejarlos, escaldarlos, sin siquiera comprobar antes si están muertos o sólo aturdidos. Y esto sin hablar de los animales marinos, a los que se pesca sin ningún tipo de selección, donde cientos de animalillos mueren para que un gordo ser humano y su gorda y ruidosa prole devoren un plato de gambas al ajillo mientras suena David Bisbal por los altavoces del chiringuito. Sólo tengo una cosa que añadir, y no la digo yo, la he buscado en la wikipedia: una de las definiciones de Humanidad: la compasión, el altruismo y otros rasgos morales positivos.
Me da la risa floja.
sábado, 4 de junio de 2011
Acabo de regresar de unas de esas furtivas escapadas que hago cuando el aburrimiento se me vuelve insoportable y decido hacer antropología artrópoda, o lo que es lo mismo, observar y criticar sin piedad a estos Homo Sapiens que en contadas ocasiones me maravillan, a veces me apenan y siempre me sacan de quicio, y tengo que decir que aún me encuentro en estado de shock por lo que he contemplado con mis ojos compuestos. Como hace tiempo que encontré el escondrijo perfecto en un agujero del forro del bolso de la humana con la que vivo, me es muy sencillo deslizarme dentro cuando ella se marcha a trabajar y esperar el momento propicio para salir y explorar el caótico y bullicioso mundo humano que se han construido y en el que están irremediablemente apresados, un mundo condicionado y dirigido por lo que ellos llaman "dinero". Dedican sus miserables vidas a acumularlo y se puede conseguir de muchas formas: con violencia, con engaños, mendigando, incluso gracias a un golpe de suerte, pero inexorablememnte hay que tenerlo, sea como sea, y la gran mayoría de ellos lo obtienen trabajando, vendiendo su tiempo, energía, inteligencia, cuerpo, habilidades a otros. Suena absurdo, lo sé, y si yo fuera un artrópodo sociable y lo contara en cualquier reunión con mis congéneres pensarían que se me ha ido la cabeza, por eso precisamente prefiero mi vida de"Si san Francisco de Asís levantara la cabeza", es lo
jueves, 19 de mayo de 2011
martes, 19 de abril de 2011
Abril lluvioso y la Semana Santa
!!!No puedo parar de reírme!!! Hace unos días estaba indignadísima con estos primates evolucionados y ahora, de alguna manera, les agradezco el buen rato que me están haciendo pasar, porque no recuerdo cuándo fué la última vez que me reí con tantas ganas... Un momento!!!, fué el año pasado, por estas fechas...Y por la misma razón!!!. Como adicta a la ventanita mágica que hay en el salón, de nuevo, y aprovechando que estaba cayendo un chaparrón primaveral, decidí perder el tiempo observando que había de nuevo en el mundo humano. Y mereció la pena, sin que sirva de precedente. Parece ser que esta semana tiene una importancia vital para los humanos, tanto, que la denominan Semana Santa. No entiendo muy bién la razón, pero se dedican a pasear por las calles imágenes de mujeres llorando, con el corazón atravesado por puñales, rodeadas de cirios ardiendo, y esculturas de cadáveres de hombres barbudos que han sido torturados salvajemente, con clavos atravesando manos y pies y una cara de sufrimiento que me pondría los vellos de punta si tuviera pelo corporal. Con mucha pasión, se los echan a hombros, deben pesar una tonelada, y, con un paso marcado por tambores, empiezan a caminar: prooom-prooom-protoprooom!!!. De vez en cuando, un chillido estremecedor interrumpe la marcha, y todos escuchan a una persona que, eso dice, le canta a la imagen. Hay gustos para todo... Otra vez, escalofrío por todo mi cuerpo... Y así pasan las horas, paseando de un lado a otro las representaciones de sus dioses, ocultos bajo una vestimenta totalmente medieval, algunos arrastrando cadenas descalzos, otros, golpeándose la espalda con cuerdas anudadas, y todos transportados a un estado grupal y primario, hipnotizados y esclavizados por un sentimiento ancestral, heredado de sus antepasados, cuando habitaban en cuevas y despedazaban mamuts, y sabían que sin la magia su vida no sería posible, igual que lo sabemos todos los seres vivientes que adoramos a La Diosa, la creadora de todos nosotros. Pero ellos, impertinentes, decidieron crear dioses a su imagen y semejanza, !!!qué insulto para todos nosotros!!! La Diosa tiene grandes colmillos, escamas, tentáculos y hasta un afilado aguijón que de vez en cuando utiliza a su antojo. Nosotros la adoramos todos y cada uno de los días de nuestra vida, porque sin ella nada existiría. Los humanos sólo se acuerdan en ciertas fechas, y son tan tontos que eligieron la peor para sacarlos a pasear: la primavera es por definición inconstante: siempre llueve, las lombrices lo saben perfectamente. A quién se le ocurre invertir tanta energía durante todo el año, engalanar sus imágenes, cubrirlas de joyas y tejidos preciosos, de flores y velas, sudar y sufrir cargando el paso para estar entrenados, y , oh sorpresa, !!!descubrir que fuera diluvia!!!!.... !!!No puedo con ellos!!!, !!lloran desconsolados porque no puedes sacar a sus muñequitos sagrados!!!, pero vamos a ver, ¿¿no sois vosotros los únicos seres inteligentes que teneís memoria, que aprendeís de la experiencia para aplicarla al futuro??... !!!!JAJAJAJAJAJAJA, me encanta lo graciosos que sois, aunque sea de manera involuntaria!!!!. Es lo que tiene "Abril lluvioso", que es un refrán aprendido de vosotros, por favooooor...
miércoles, 13 de abril de 2011
A las escolopendras nos dura muy poco la pena
Hace unos días, recién estrenada la primavera, me sorprendí a mí misma sintiendo pena por los humanos. Me explico, no es que sea despiadada totalmente, pero no es habitual en mí sentir pena o tristeza hacia el ser humano. Me ha pasado alguna vez con alguna presa, en concreto un saltamontes verde hierba. Me abalancé sobre él, rodeándole con mi cuerpo flexible y duro. Cuando iba a hundir mis mandíbulas ponzoñosas en su abdomen cometí el error de mirarle a los ojos, y al ver el terror desquiciado en sus ojos compuestos ante su destino fatal, algo dentro de mí tembló un instante, pero fué tan breve que mis tripas, rugiendo de hambre, se ocuparon de tomar el mando. En un momento la pena se vió reemplazaba por el absoluto deleite. No puedo permitirme dudar, mi vida va en ello.
A lo que iba, supongo que el impacto de volver a incorporarme a la actividad vital ha debido de trastornarme algo, y como un catarro estacional, la empatía me ha infectado unos días. Pero ya estoy curada, y los humanos han dejado de apenarme. Os preguntareís la razón y os la voy a dar. Ellos mismos me han proporcionado la vacuna.
Me encontraba aún afectada por ese atontamiento transitorio del que os he hablado cuando, de nuevo, dieron noticias sobre Japón. Mis patitas se pusieron rígidas de nuevo: otra vez la ola, otra vez los gritos, los escombros...Pero luego empezaro a hablar de miles y miles de litros de agua envenenada, contaminada de cesio, de yodo radioactivo, que no sólo se estaba filtrando al mar, sino que estaban vertiendo, voluntariamente al océano. Todo el agua que habían estado usando para enfriar los reactores debía ser desalojada. Y así hicieron. No quise ver más. Noté cómo empezaban a caer gotitas de veneno de mis mandíbulas, y eso sólo me ocurre cuando estoy muy, pero que muy enfadada. Me deslicé rápidamente por la grieta que da al patio, y me dirigí a la jardinera de las violetas, mi lugar favorito para meditar. Necesitaba enrroscarme sobre mí misma y pensar sobre lo que había visto. No sé de matemáticas, no me interesan en absoluto, pero dentro de lo limitado de mi percepción artrópoda, entiendo que miles de litros es muchísimo, mucho más que el charco que se forma cuando llueve a cántaros y la targea se atasca, y hasta que los humanos que viven en la casa no quitan la porquería que la obstruye, a mí me parece una inmensidad aterradora. Sí sé de las consecuencias de la radioactividad, he visto las noticias que hablan de deformaciones genéticas, cáncer, muerte en definitiva. Y no puedo dejar de pensar en los de mi parentela, los que habitan en las aguas del océano, los que vosotros llamaís crustáceos, a los que devoraís en vuestras celebraciones religiosas . No puedo dejar de pensar en las gambas, las langostas, los cangrejos, todos ellos parte de mi árbol genealógico, que empezarán anotarse raros, luego enfermos y quizás mueran sin imaginarse qué está pasando. El fondo marino se convertirá en un cementerio lleno de cadáveres, y no sólo de los míos, también los peces, los pulpos, los corales, las algas, todo un maravilloso universo de vida inocente sucumbirá ante vuestra estupidez, el agua quedará envenenada por décadas y un silencio aterrador poblará las profundidades. Cómo quereís que os compadezca, cómo quereís que no comprenda y comparta la ira de la Tierra, si para ella no soís más que parásitos dañinos. En qué momento de la evolución os convertisteís en lo que soís y os coronasteís con el título de reyes de la creación, presuntuosos ignorantes. Y lo peor es que no aprendereís hasta que sea demasiado tarde.
A lo que iba, supongo que el impacto de volver a incorporarme a la actividad vital ha debido de trastornarme algo, y como un catarro estacional, la empatía me ha infectado unos días. Pero ya estoy curada, y los humanos han dejado de apenarme. Os preguntareís la razón y os la voy a dar. Ellos mismos me han proporcionado la vacuna.
Me encontraba aún afectada por ese atontamiento transitorio del que os he hablado cuando, de nuevo, dieron noticias sobre Japón. Mis patitas se pusieron rígidas de nuevo: otra vez la ola, otra vez los gritos, los escombros...Pero luego empezaro a hablar de miles y miles de litros de agua envenenada, contaminada de cesio, de yodo radioactivo, que no sólo se estaba filtrando al mar, sino que estaban vertiendo, voluntariamente al océano. Todo el agua que habían estado usando para enfriar los reactores debía ser desalojada. Y así hicieron. No quise ver más. Noté cómo empezaban a caer gotitas de veneno de mis mandíbulas, y eso sólo me ocurre cuando estoy muy, pero que muy enfadada. Me deslicé rápidamente por la grieta que da al patio, y me dirigí a la jardinera de las violetas, mi lugar favorito para meditar. Necesitaba enrroscarme sobre mí misma y pensar sobre lo que había visto. No sé de matemáticas, no me interesan en absoluto, pero dentro de lo limitado de mi percepción artrópoda, entiendo que miles de litros es muchísimo, mucho más que el charco que se forma cuando llueve a cántaros y la targea se atasca, y hasta que los humanos que viven en la casa no quitan la porquería que la obstruye, a mí me parece una inmensidad aterradora. Sí sé de las consecuencias de la radioactividad, he visto las noticias que hablan de deformaciones genéticas, cáncer, muerte en definitiva. Y no puedo dejar de pensar en los de mi parentela, los que habitan en las aguas del océano, los que vosotros llamaís crustáceos, a los que devoraís en vuestras celebraciones religiosas . No puedo dejar de pensar en las gambas, las langostas, los cangrejos, todos ellos parte de mi árbol genealógico, que empezarán anotarse raros, luego enfermos y quizás mueran sin imaginarse qué está pasando. El fondo marino se convertirá en un cementerio lleno de cadáveres, y no sólo de los míos, también los peces, los pulpos, los corales, las algas, todo un maravilloso universo de vida inocente sucumbirá ante vuestra estupidez, el agua quedará envenenada por décadas y un silencio aterrador poblará las profundidades. Cómo quereís que os compadezca, cómo quereís que no comprenda y comparta la ira de la Tierra, si para ella no soís más que parásitos dañinos. En qué momento de la evolución os convertisteís en lo que soís y os coronasteís con el título de reyes de la creación, presuntuosos ignorantes. Y lo peor es que no aprendereís hasta que sea demasiado tarde.
sábado, 2 de abril de 2011
La vuelta a la vida
Esta mañana he resucitado de nuevo. Cada invierno, cuando el sopor maravilloso de esa casi muerte que es la hibernación hace que mis constantes vitales queden prácticamente paralizadas, me pregunto si despertaré, si después de los fríos meses veré la maravillosa primavera, repleta de jugosas arañas, saltamontes y hasta alguna rosada cría de ratón con las que darme un banquete después del ayuno. Pues bien, parece que sigo viva. No sé que misterioso mecanismo pone de nuevo en marcha la maquinaria de mi cuerpo. Sólo sé que he empezado a sentir un calor muy agradable, mis patitas se han empezado a agitar, y he sentido un hambre absolutamente atroz. Me he desperezado con cuidado, sobre mi lecho putrefacto de hojas y barro que tan bien me ha protegido del frío, y he asomado mis antenas a la luz. Hace un día glorioso, las macetas del patio están verdes y frondosas, ha debido llover hace poco, porque la tierra está esponjosa y aromática...
!!Qué agradable sorpresa!!, este año hay tulipanes amarillos y blancos en el poyete de la ventana. Adoro la delicada belleza de las flores... Y el maravilloso sabor de la sangre fresca...Acabo de devorar una araña gorda que acechaba a una mosca. Mala suerte para ella, son las reglas del juego. A mí también me tocará, alguna vez, alimentar a las espantosas y gritonas crías de algún mirlo. Sólo espero que sea rápido, no aspiro a vivir para siempre, qué aburrimiento.
Con mi estómago lleno, se ha despertado la curiosidad que, hace que mi vida sea más interesante. Si me limitara a vivir como una escolopendra corriente, probablemente pasaría mi vida cuidando una veintena de huevecillos, cazando de vez en cuando y escabuyéndome en las grietas de las paredes. Pero yo no soy así.
Me he colado en la cocina, aprovechando la grieta que sigue abierta en un rincón, y he visto que los humanos están en casa. Siguen igual, con sus rutinas y sus miserias. Están viendo las noticias, y por sus caras aterradas, debe haber pasado algo sobrecogedor. No son capaces de seguir comiendo, ni siquiera de hablar, sólo miran la pantalla de ese invento que me fascina. Confieso que me encanta asomarme al mundo humano mediante este medio. Es asombroso todo lo que se puede aprender de ellos sólo viendo sus programas. El caso es que he prestado atención a lo que les mantenía tan absortos, y por una vez, he estado muy cerca de comprenderles. Las imágenes no son muy nítidas, y quien estaba grabándolas temblaba visiblemente, lo que quizás daba más dramatismo a la escena. Se veía el mar, pero no el mar azul y apacible de las postales. Lo que estaba delante de mis ojos era una masa de agua negra,en ebullición, con vida propia y enfurecida, fuera de control, que con una ira absolutamente sobrenatural arremetía contra edificios, arrastraba barcos, puentes, coches, vías de tren, todo lo que se ponía a su paso . Y allí estaban los seres humanos, minúsculos y vulnerables, subidos en los tejados de los edificios, supongo que aterrados, rezando a sus dioses y preguntándose si el bloque de pisos resistiría. Me he quedado hipnotizada, sin poder controlar el movimiento nervioso de mis antenas, viendo como todas las infraestructuras que con tanta inteligencia han levantado eran arrasadas con una facilidad pasmosa, y he sentido una profunda lástima por esos pobres humanos, porque también dentro de ellos algo se estaba reduciendo a escombros: la convicción de controlar sus vidas, la falsa seguridad de haberse creado la ficción de una existencia ordenada y predecible, de tener domesticada la Naturaleza. Si hay algo que toda escolopendra, hasta la más tonta, que también las hay, sabe, es la incertidumbre de la vida y la aterradora esencia de la Naturaleza, la madre de todos nosotros. Yo eso lo sé, porque todos los años presencio, y a veces vivo, catástrofes que os pasan desapercibidas: llueve y se inundan los hormigueros, y mueren a miles las estúpidas obreras y las estúpidas reinas. Hay incendios y los conejos se abrasan, los pájaron caen a plomo con los pulmones quemados. El viento arranca las ramas de los árboles y los huevos se estrellan contra el suelo. Así son las cosas. Nosotros lo sabemos y lo aceptamos. Vosotros, tontos, tontos humanos, lo habeís olvidado. Y por eso me dais tanta lástima.
!!Qué agradable sorpresa!!, este año hay tulipanes amarillos y blancos en el poyete de la ventana. Adoro la delicada belleza de las flores... Y el maravilloso sabor de la sangre fresca...Acabo de devorar una araña gorda que acechaba a una mosca. Mala suerte para ella, son las reglas del juego. A mí también me tocará, alguna vez, alimentar a las espantosas y gritonas crías de algún mirlo. Sólo espero que sea rápido, no aspiro a vivir para siempre, qué aburrimiento.
Con mi estómago lleno, se ha despertado la curiosidad que, hace que mi vida sea más interesante. Si me limitara a vivir como una escolopendra corriente, probablemente pasaría mi vida cuidando una veintena de huevecillos, cazando de vez en cuando y escabuyéndome en las grietas de las paredes. Pero yo no soy así.
Me he colado en la cocina, aprovechando la grieta que sigue abierta en un rincón, y he visto que los humanos están en casa. Siguen igual, con sus rutinas y sus miserias. Están viendo las noticias, y por sus caras aterradas, debe haber pasado algo sobrecogedor. No son capaces de seguir comiendo, ni siquiera de hablar, sólo miran la pantalla de ese invento que me fascina. Confieso que me encanta asomarme al mundo humano mediante este medio. Es asombroso todo lo que se puede aprender de ellos sólo viendo sus programas. El caso es que he prestado atención a lo que les mantenía tan absortos, y por una vez, he estado muy cerca de comprenderles. Las imágenes no son muy nítidas, y quien estaba grabándolas temblaba visiblemente, lo que quizás daba más dramatismo a la escena. Se veía el mar, pero no el mar azul y apacible de las postales. Lo que estaba delante de mis ojos era una masa de agua negra,en ebullición, con vida propia y enfurecida, fuera de control, que con una ira absolutamente sobrenatural arremetía contra edificios, arrastraba barcos, puentes, coches, vías de tren, todo lo que se ponía a su paso . Y allí estaban los seres humanos, minúsculos y vulnerables, subidos en los tejados de los edificios, supongo que aterrados, rezando a sus dioses y preguntándose si el bloque de pisos resistiría. Me he quedado hipnotizada, sin poder controlar el movimiento nervioso de mis antenas, viendo como todas las infraestructuras que con tanta inteligencia han levantado eran arrasadas con una facilidad pasmosa, y he sentido una profunda lástima por esos pobres humanos, porque también dentro de ellos algo se estaba reduciendo a escombros: la convicción de controlar sus vidas, la falsa seguridad de haberse creado la ficción de una existencia ordenada y predecible, de tener domesticada la Naturaleza. Si hay algo que toda escolopendra, hasta la más tonta, que también las hay, sabe, es la incertidumbre de la vida y la aterradora esencia de la Naturaleza, la madre de todos nosotros. Yo eso lo sé, porque todos los años presencio, y a veces vivo, catástrofes que os pasan desapercibidas: llueve y se inundan los hormigueros, y mueren a miles las estúpidas obreras y las estúpidas reinas. Hay incendios y los conejos se abrasan, los pájaron caen a plomo con los pulmones quemados. El viento arranca las ramas de los árboles y los huevos se estrellan contra el suelo. Así son las cosas. Nosotros lo sabemos y lo aceptamos. Vosotros, tontos, tontos humanos, lo habeís olvidado. Y por eso me dais tanta lástima.
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