miércoles, 29 de agosto de 2012

Escolopendra Reloaded

He vuelto, aunque nunca me fuí del todo. Supongo que más de una  inocente mosca estaría frotándose sus patitas de satifacción y alivio pensando que  por fín había estirado las mías.... Siento decepcionaros, apetitosos enemigos... O mejor dicho, me encanta seguir decepcionándonos,  mis queridos odiados. Es otra manera sutil de atormentaros, y ya sabeís que la sutileza me encanta.  Vuestra carne adquiere un bouquet inigualable después de mis refinados  juegos psicológicos.


                Mi ausencia ha sido  prolongada, y la razón es que he cambiado de piel. A diferencia de vosotros, primates  decadentes, mi proceso de envejecimiento no conlleva arrugas espantosas ni carnes colgantes. Muy por el contrario, los años me dan lustre y esplendor. Me retiro a un escondrijo confortable y allí procedo a cambiar mi dura piel externa, a rasgarla y salir completamente rejuvenecida, un nuevo yo mejorado e intacto...Cuántas mujeres adictas al bótox y los estiramientos matarían por poder recuperar, de verdad,el esplendor físico y no  acabar convertidas en inexpresivos clones de muñecas hinchables de sex shops. Lo siento por vosotras, trabajad vuestro karma y la próxima vida volved como miriápodo.


                Aunque cuente mi renacimiento con tanta ligereza, no penseís que es llegar, desgarrar la piel, salir y vuelta a empezar. Ni mucho menos. Todo cambio realmente importante en el ciclo eterno de la vida exige esfuerzo, sacrificio y dolor. Es el pago que se nos exige, porque, queridos, la vida no es gratuita. No sé exactamente el tiempo que me ha tomado renacer, aunque hablar de tiempo es una convención inventada por vosotros,  y ni realmente me interesa. Sólo sé que cuando me retiré, las plantas amanecían cubiertas de una brillante  y crujiente capa de escarcha y ahora las lagartijas, tan aficionadas al sol, huyen de él buscando sombra. 


                El proceso empezó muy suavemente. Primero una ligera incomodidad por las mañanas,  rigidez en mis numerosas articulaciones, lentitud en los movimientos, y sobre todo una sensación interna de vivir sin vivir en mí, como Santa Teresa... Pero  lo que realmente me mostró que había llegado el momento de liberarme de mi viejo exoesqueleto fué un dolor indescriptible en el dorso de mi cuerpo al desenrroscarme después de una reparadora siesta. Cuando oí claramente que la piel se me estaba rasgando, a la vez que otro relàmpago de dolor sacudía cada segmento  de mi cuerpo, la sabiduría  escolopendrina  impresa en mi adn supo que empezaba el cambio. Me arrastré como pude. El sufrimiento era tal que apenas podía controlar mi cuerpo. Fuí dejando un reguero de gotitas doradas de veneno tras de mí. Afortunadamente, encontré un tiesto roto con restos de tierra y ahí me desplomé.


                Las oleadas de dolor se sucedían. Cuando parecía que el umbral del dolor había llegado a la cúspide, que no era capaz de soportar más porque mi cuerpo se desintegraría, comprobaba que estaba equivocada. La siguiente era mucho peor. Mi nueva carne pugnaba por salir, rompiendo, desgarrando, rasgando, abriéndose paso. Y mis mùsculos tenían vida propia, se movían a su propia voluntad, sin que yo  pudiera hacer nada para controlarlos. Había que desechar hasta la última partícula de mi antigua piel, no podía quedar ningún resto que interfiriera con mi nuevo yo.


                Por fin terminó todo. A mi lado yacía el caparazón vacío que había sido mi protección durante años. Me pareció minúsculo y frágil, porque mi nuevo cuerpo era mucho más grande y poderoso, aunque me dolía cada milímetro. Pero el cambio no había terminado.


                Con infinito cuidado, empecé a mover la cabeza, las mandíbulas, las patas... Todo estaba en su sitio, pero sentía como si estuviera rodeada de  una gelatina espesa que ralentizaba mis movimientos.   Mi exoesqueleto tenía un precioso color ámbar claro, y estaba blando como la piel de un ratón recién nacido. Agotada, caì dormida. Debía esperar a que la piel se endureciera.  Entonces,  empecé a soñar...


Sin la barrera de mi armadura natural volví a estar integrada en la intrincada red de la vida, como miriápodo, como ser vivo, como partícula, como energía. Me ví a mi misma, tendida en el tiesto roto. Y ví la casa que comparto con los humanos. Y los ví a ellos. Sin que pudiera resistirme, un torbellino violento me arrastró hasta la humana y me encontré viendo por sus ojos. Estaba cocinando, creo que verduras. Las probò y  y para mi sorpresa, las paladeé con ella y pese a mi repugnancia inicial, me encantaron. Pensé que quizás se me estaba abriendo una nueva y más còmoda fuente de alimentaciòn. Oí claramente sus pensamientos, como si fueran míos. El cúmulo de pensamientos, imágenes, sensaciones, me marearon.  Sentí un violento tirón y ya no estaba en su cuerpo. Me elevaba no sabía a dónde. Me rodeó la aterciopelada negrura del cielo nocturno. Ví constelaciones, nebulosas, galaxias. Me tragó un agujero negro y aparecí en un mundo donde las escolopendras habíamos conquistado la Tierra. Justo cuando iba a ser coronada como Emperatriz Suprema volví a ser abducida... ¡Maldición!. La corona me sentaba estupendamente.


Me desintegré en átomos,   en partículas, me convertí en un haz de luz violeta... Y por fín, regresé a mi resplandenciente nuevo cuerpo.


Resumiendo,  humanos,  he vuelto... Y más escolopendra que nunca.