jueves, 25 de noviembre de 2010

La mala educación

Parece mentira que un miriápodo como yo tenga que hablar de educación y buenas maneras, yo, que según vosotros, entomólogos insignes, soy una mera máquina de matar, esclava de mi instinto, a diferencia de vosotros, primates evolucionados,  creadores de cultura, cúspide del reino animal...Espero que se entienda que estoy hablando desde la más absoluta y retorcida ironía, que me temo que hoy en día pocos captan las sutilezas.

Estaís muy equivocados si pensaís que las buenas maneras y la educación son exclusivas de las sociedades humanas: disculpad que os baje del pedestal, ignorantes, pero los de mi especie, y muchas más,  os llevamos millones de años de ventaja: los restos más antiguos de ciempiés que se conocen son de principios del Devónico, hace 415 millones de años.  !!!Superad eso, monitos hiperdesarrollados!!!. Claro que nuestros códigos de conducta no tienen nada que ver con l0s vuestr0s, pero existe una regla que la llevamos tatúada a fuego en nuestro brillante exoesqueleto: el respeto a los congéneres, aunque a continuación le devoremos con gusto. Lo cortés no quita lo valiente.

Como escolopendra orgullosa de serlo, sé perfectamente que, cuando en alguna de mis incursiones fuera de mi terrritorio,me topo con otra escolopendra, lo primero que tengo que hacer es dar golpecitos con mis patas en el suelo y mover las antenitas. Estaría muy mal visto no saludar. Lo que ocurra después del saludo es harina de otro costal.  Y aquí es donde quiero llegar. Como aventurera que soy, y después del viajecito a París, hace unos días decidí repetir la experiencia, y, aprovechando el trabajo de la humana que vive conmigo, me colé en su bolso. Es arriesgado, sí, pero viendo lo que suele tardar en encontrar el móvil, las gafas de sol, o el monedero, que me encuentre a mí es casi imposible...Y si lo hiciera, de verdad que NUNCA MÁS IBA A MIRAR SU BOLSO DE LA MISMA MANERA...

Fué bastante ilustrativa la experiencia, primero por comprobar de nuevo como, a pesar de odionarnos tanto, construyen sus medios de transporte a la imagen y semejanza de las escolopendras, y lo llaman tren... Aunque la verdad, mi ego quedó satisfecho. La Diosa Escolopendra seguro que aprecia este homenaje involuntario. Y segundo, desmontar el mito de que el ser humano es un ser social por excelencia...Disculpadme pero no. Que est´´is obligados a vivir en enjambres, como las tontas de las abejas o las nazis de las hormigas no quiere decir que os adoreís los unos a los otros. Vivís juntos porque aíslados moririaís, no os queda otra. Estaís tan mal adaptados, biológicamente hablando, que no seríais capaces de vivir, desnudos, sin herramientas. Por eso os agrupaís, como los piojos. ¿De qué otra manera se explican las actitudes que observé?. Mientras mi humana se dedicaba a recibir a los viajeros, saludándoles con su mejor sonrisa (o al menos eso cree la pobre, que es la mejor que tiene), o intentando al menos establecer contacto visual, la mayoría, con gesto adusto de superioridad ni siquiera se dignaban a mirarla, alzando la barbilla. Y no es eso lo peor, la pedían información sin agitar una antena a modo de saludo. Yo empecé a retorcerme en su bolsillo. Deseaba lanzarme como el artrópodo que soy y clavarles mis mandíbulas en esos cuellos encorbatados, o introducirme en el cardado de la señorona de turno, colarme por su escote y morderle allá donde la silicona me lo permitiera.

Y luego dentro del tren fué peor...Es demasiado humillante para contarlo. Me juré no volver a repetir la experiencia. Eso sí, el trajeado del peluquín se llevó un buen recuerdo mío- Que hubiera dado las gracias tras coger un periódico- si hasta los artrópodos agradecemos, hombre, que se creen estos primates...