sábado, 4 de junio de 2011

Acabo de regresar de unas de esas furtivas escapadas que hago cuando el aburrimiento se me vuelve insoportable y decido hacer antropología artrópoda, o lo que es lo mismo, observar y criticar sin piedad a estos Homo Sapiens que en contadas ocasiones me maravillan, a veces me apenan y siempre me sacan de quicio, y tengo que decir que aún me encuentro en estado de shock por lo que he contemplado con mis ojos compuestos. Como hace tiempo que encontré el escondrijo perfecto en un agujero del forro del bolso de la humana con la que vivo, me es muy sencillo deslizarme dentro cuando ella se marcha a trabajar y esperar el momento propicio para salir y explorar el caótico y bullicioso mundo humano que se han construido y en el que están irremediablemente apresados, un mundo condicionado y dirigido por lo que ellos llaman "dinero". Dedican sus miserables vidas a acumularlo y se puede conseguir de muchas formas: con violencia, con engaños, mendigando, incluso gracias a un golpe de suerte, pero inexorablememnte hay que tenerlo, sea como sea, y la gran mayoría de ellos lo obtienen trabajando, vendiendo su tiempo, energía, inteligencia, cuerpo, habilidades a otros. Suena absurdo, lo sé, y si yo fuera un artrópodo sociable y lo contara en cualquier reunión con mis congéneres pensarían que se me ha ido la cabeza, por eso precisamente prefiero mi vida de"Si san Francisco de Asís levantara la cabeza", es lo

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