miércoles, 22 de junio de 2011

Auschwitz, siglo XXI.

Sé que si muchos leyeran esta entrada, aparte de ese minúsculo y selecto grupo de seres vivientes que, aún no entiendo porqué, se interesan por los pensamientos de esta escolopendra (y lo agradezco desde el fondo de mi corazoncito artrópodo), probablemente se indignarían hasta la congestión, porque hay temas de la historia de los primates evolucionados que no se pueden ni mencionar sin que a los guardianes de la Verdad Absoluta se les hinche la yugular.Pero como sólo un puñadito van a leer esto y, además, soy una escolopendra, puedo opinar de lo que quiera. Faltaría más.
Jonathan Safran Foer es judío, escritor y vegetariano. La verdad que me es bastante intrancesdente si sus oraciones van dirigidas a un dios-calamar o enciende cirios a los pies de Pamela Anderson cada sábado noche, pero en este caso si hay una diferencia: ha escrito "Comer Animales", un libro que a veces me ha hecho casi vomitar, a veces me ha horrorizado, y otras me habría llevado a llorar desconsoladamente si hubiera podido. Este clarividente ser humano sería al único que, si casualmente cruzara su pié desnudo frente a mis mandíbulas, se libraría de mi mordedura, porque se lo ha ganado: ha sido valiente, sincero y sobre todo compasivo con los pobladores mayoritarios del planeta Tierra, los animales, por contar lo que nadie quiere saber, por sacar a la luz que la esclavitud, la tortura, el exterminio están a la orden del día y que son los humanos los que la están ejerciendo con total impunidad. Existe un Auschwitz animal, pero pocos lo saben, pocos lo creen, pocos quieren verlo, pocos quieren evitarlo. ¿No resulta familiar?. Pensemos en la Alemania de antes de la II Guerra Mundial, en Hitler, en la solución final, en los miles de cuerpos empujados a fosas comunes, en miles de seres humanos convertidos en cosas, desnutridos, explotados, masificados...Y esto lo ha escrito el nieto e hijo de perseguidos, de exterminados, de torturados, sin escandalizarle, sin relativizar el sufrimiento, sin poner por encima el dolor humano del dolor animal, porque el Dolor es el mismo, dá igual la especie: nuestros organismos biológicos son los mismos, somos espejos en los que mirarnos. Desgraciadamente para la mayoría de los humanos este punto de vista es hasta risible: ¿cómo se puede comparar una gallina con un ser humano? ¿cómo un cerdo va a tener igual valor que una persona? ¿cómo va a tener derechos una ternera?. Por una vez me guardaré la ironía, porque he visto muchas gallinas en las rebajas y muchos cerdos montados en el metro, pero bueno, pues sí, los tienen. La dignidad no es prerrogativa humana, el derecho a tener una vida decente también se aplica a los animales, porque el autor del libro no aboga por el vegetarianismo de una manera radical, que, por otra parte, considera es la mejor opción, pero entiende que se coma carne, siempre y cuando el animal haya disfrutado de las mejores condiciones de vida y las mejores circunstancias de muerte. Nada más alejado de la realidad: para que los primates satisfagan su gula milles de gallinas, vacas, cerdos, pavos, terneras, viven hacinados en recintos minúsculos, tratados como engranajes en una cadena de producción donde se les obliga a parir continuamente, a poner huevos, donde se les atiborra de medicación para que sus cuerpos debilitados resistan hasta alcanzar el peso necesario para convertirse en alimento, a ser transportados en camiones de la muerte, donde muchos tienen la suerte de morir antes, para ser conducidos a los mataderos donde se les tratará sin el menor cuidado, golpeándoles y hasta rompiéndoles huesos, porque ¿quién se dirige voluntariamente a una muerte segura?, para luego eviscerarlos, desangrarlos, despellejarlos, escaldarlos, sin siquiera comprobar antes si están muertos o sólo aturdidos. Y esto sin hablar de los animales marinos, a los que se pesca sin ningún tipo de selección, donde cientos de animalillos mueren para que un gordo ser humano y su gorda y ruidosa prole devoren un plato de gambas al ajillo mientras suena David Bisbal por los altavoces del chiringuito. Sólo tengo una cosa que añadir, y no la digo yo, la he buscado en la wikipedia: una de las definiciones de Humanidad: la compasión, el altruismo y otros rasgos morales positivos.
Me da la risa floja.

sábado, 4 de junio de 2011

Acabo de regresar de unas de esas furtivas escapadas que hago cuando el aburrimiento se me vuelve insoportable y decido hacer antropología artrópoda, o lo que es lo mismo, observar y criticar sin piedad a estos Homo Sapiens que en contadas ocasiones me maravillan, a veces me apenan y siempre me sacan de quicio, y tengo que decir que aún me encuentro en estado de shock por lo que he contemplado con mis ojos compuestos. Como hace tiempo que encontré el escondrijo perfecto en un agujero del forro del bolso de la humana con la que vivo, me es muy sencillo deslizarme dentro cuando ella se marcha a trabajar y esperar el momento propicio para salir y explorar el caótico y bullicioso mundo humano que se han construido y en el que están irremediablemente apresados, un mundo condicionado y dirigido por lo que ellos llaman "dinero". Dedican sus miserables vidas a acumularlo y se puede conseguir de muchas formas: con violencia, con engaños, mendigando, incluso gracias a un golpe de suerte, pero inexorablememnte hay que tenerlo, sea como sea, y la gran mayoría de ellos lo obtienen trabajando, vendiendo su tiempo, energía, inteligencia, cuerpo, habilidades a otros. Suena absurdo, lo sé, y si yo fuera un artrópodo sociable y lo contara en cualquier reunión con mis congéneres pensarían que se me ha ido la cabeza, por eso precisamente prefiero mi vida de"Si san Francisco de Asís levantara la cabeza", es lo