martes, 19 de abril de 2011
Abril lluvioso y la Semana Santa
!!!No puedo parar de reírme!!! Hace unos días estaba indignadísima con estos primates evolucionados y ahora, de alguna manera, les agradezco el buen rato que me están haciendo pasar, porque no recuerdo cuándo fué la última vez que me reí con tantas ganas... Un momento!!!, fué el año pasado, por estas fechas...Y por la misma razón!!!. Como adicta a la ventanita mágica que hay en el salón, de nuevo, y aprovechando que estaba cayendo un chaparrón primaveral, decidí perder el tiempo observando que había de nuevo en el mundo humano. Y mereció la pena, sin que sirva de precedente. Parece ser que esta semana tiene una importancia vital para los humanos, tanto, que la denominan Semana Santa. No entiendo muy bién la razón, pero se dedican a pasear por las calles imágenes de mujeres llorando, con el corazón atravesado por puñales, rodeadas de cirios ardiendo, y esculturas de cadáveres de hombres barbudos que han sido torturados salvajemente, con clavos atravesando manos y pies y una cara de sufrimiento que me pondría los vellos de punta si tuviera pelo corporal. Con mucha pasión, se los echan a hombros, deben pesar una tonelada, y, con un paso marcado por tambores, empiezan a caminar: prooom-prooom-protoprooom!!!. De vez en cuando, un chillido estremecedor interrumpe la marcha, y todos escuchan a una persona que, eso dice, le canta a la imagen. Hay gustos para todo... Otra vez, escalofrío por todo mi cuerpo... Y así pasan las horas, paseando de un lado a otro las representaciones de sus dioses, ocultos bajo una vestimenta totalmente medieval, algunos arrastrando cadenas descalzos, otros, golpeándose la espalda con cuerdas anudadas, y todos transportados a un estado grupal y primario, hipnotizados y esclavizados por un sentimiento ancestral, heredado de sus antepasados, cuando habitaban en cuevas y despedazaban mamuts, y sabían que sin la magia su vida no sería posible, igual que lo sabemos todos los seres vivientes que adoramos a La Diosa, la creadora de todos nosotros. Pero ellos, impertinentes, decidieron crear dioses a su imagen y semejanza, !!!qué insulto para todos nosotros!!! La Diosa tiene grandes colmillos, escamas, tentáculos y hasta un afilado aguijón que de vez en cuando utiliza a su antojo. Nosotros la adoramos todos y cada uno de los días de nuestra vida, porque sin ella nada existiría. Los humanos sólo se acuerdan en ciertas fechas, y son tan tontos que eligieron la peor para sacarlos a pasear: la primavera es por definición inconstante: siempre llueve, las lombrices lo saben perfectamente. A quién se le ocurre invertir tanta energía durante todo el año, engalanar sus imágenes, cubrirlas de joyas y tejidos preciosos, de flores y velas, sudar y sufrir cargando el paso para estar entrenados, y , oh sorpresa, !!!descubrir que fuera diluvia!!!!.... !!!No puedo con ellos!!!, !!lloran desconsolados porque no puedes sacar a sus muñequitos sagrados!!!, pero vamos a ver, ¿¿no sois vosotros los únicos seres inteligentes que teneís memoria, que aprendeís de la experiencia para aplicarla al futuro??... !!!!JAJAJAJAJAJAJA, me encanta lo graciosos que sois, aunque sea de manera involuntaria!!!!. Es lo que tiene "Abril lluvioso", que es un refrán aprendido de vosotros, por favooooor...
miércoles, 13 de abril de 2011
A las escolopendras nos dura muy poco la pena
Hace unos días, recién estrenada la primavera, me sorprendí a mí misma sintiendo pena por los humanos. Me explico, no es que sea despiadada totalmente, pero no es habitual en mí sentir pena o tristeza hacia el ser humano. Me ha pasado alguna vez con alguna presa, en concreto un saltamontes verde hierba. Me abalancé sobre él, rodeándole con mi cuerpo flexible y duro. Cuando iba a hundir mis mandíbulas ponzoñosas en su abdomen cometí el error de mirarle a los ojos, y al ver el terror desquiciado en sus ojos compuestos ante su destino fatal, algo dentro de mí tembló un instante, pero fué tan breve que mis tripas, rugiendo de hambre, se ocuparon de tomar el mando. En un momento la pena se vió reemplazaba por el absoluto deleite. No puedo permitirme dudar, mi vida va en ello.
A lo que iba, supongo que el impacto de volver a incorporarme a la actividad vital ha debido de trastornarme algo, y como un catarro estacional, la empatía me ha infectado unos días. Pero ya estoy curada, y los humanos han dejado de apenarme. Os preguntareís la razón y os la voy a dar. Ellos mismos me han proporcionado la vacuna.
Me encontraba aún afectada por ese atontamiento transitorio del que os he hablado cuando, de nuevo, dieron noticias sobre Japón. Mis patitas se pusieron rígidas de nuevo: otra vez la ola, otra vez los gritos, los escombros...Pero luego empezaro a hablar de miles y miles de litros de agua envenenada, contaminada de cesio, de yodo radioactivo, que no sólo se estaba filtrando al mar, sino que estaban vertiendo, voluntariamente al océano. Todo el agua que habían estado usando para enfriar los reactores debía ser desalojada. Y así hicieron. No quise ver más. Noté cómo empezaban a caer gotitas de veneno de mis mandíbulas, y eso sólo me ocurre cuando estoy muy, pero que muy enfadada. Me deslicé rápidamente por la grieta que da al patio, y me dirigí a la jardinera de las violetas, mi lugar favorito para meditar. Necesitaba enrroscarme sobre mí misma y pensar sobre lo que había visto. No sé de matemáticas, no me interesan en absoluto, pero dentro de lo limitado de mi percepción artrópoda, entiendo que miles de litros es muchísimo, mucho más que el charco que se forma cuando llueve a cántaros y la targea se atasca, y hasta que los humanos que viven en la casa no quitan la porquería que la obstruye, a mí me parece una inmensidad aterradora. Sí sé de las consecuencias de la radioactividad, he visto las noticias que hablan de deformaciones genéticas, cáncer, muerte en definitiva. Y no puedo dejar de pensar en los de mi parentela, los que habitan en las aguas del océano, los que vosotros llamaís crustáceos, a los que devoraís en vuestras celebraciones religiosas . No puedo dejar de pensar en las gambas, las langostas, los cangrejos, todos ellos parte de mi árbol genealógico, que empezarán anotarse raros, luego enfermos y quizás mueran sin imaginarse qué está pasando. El fondo marino se convertirá en un cementerio lleno de cadáveres, y no sólo de los míos, también los peces, los pulpos, los corales, las algas, todo un maravilloso universo de vida inocente sucumbirá ante vuestra estupidez, el agua quedará envenenada por décadas y un silencio aterrador poblará las profundidades. Cómo quereís que os compadezca, cómo quereís que no comprenda y comparta la ira de la Tierra, si para ella no soís más que parásitos dañinos. En qué momento de la evolución os convertisteís en lo que soís y os coronasteís con el título de reyes de la creación, presuntuosos ignorantes. Y lo peor es que no aprendereís hasta que sea demasiado tarde.
A lo que iba, supongo que el impacto de volver a incorporarme a la actividad vital ha debido de trastornarme algo, y como un catarro estacional, la empatía me ha infectado unos días. Pero ya estoy curada, y los humanos han dejado de apenarme. Os preguntareís la razón y os la voy a dar. Ellos mismos me han proporcionado la vacuna.
Me encontraba aún afectada por ese atontamiento transitorio del que os he hablado cuando, de nuevo, dieron noticias sobre Japón. Mis patitas se pusieron rígidas de nuevo: otra vez la ola, otra vez los gritos, los escombros...Pero luego empezaro a hablar de miles y miles de litros de agua envenenada, contaminada de cesio, de yodo radioactivo, que no sólo se estaba filtrando al mar, sino que estaban vertiendo, voluntariamente al océano. Todo el agua que habían estado usando para enfriar los reactores debía ser desalojada. Y así hicieron. No quise ver más. Noté cómo empezaban a caer gotitas de veneno de mis mandíbulas, y eso sólo me ocurre cuando estoy muy, pero que muy enfadada. Me deslicé rápidamente por la grieta que da al patio, y me dirigí a la jardinera de las violetas, mi lugar favorito para meditar. Necesitaba enrroscarme sobre mí misma y pensar sobre lo que había visto. No sé de matemáticas, no me interesan en absoluto, pero dentro de lo limitado de mi percepción artrópoda, entiendo que miles de litros es muchísimo, mucho más que el charco que se forma cuando llueve a cántaros y la targea se atasca, y hasta que los humanos que viven en la casa no quitan la porquería que la obstruye, a mí me parece una inmensidad aterradora. Sí sé de las consecuencias de la radioactividad, he visto las noticias que hablan de deformaciones genéticas, cáncer, muerte en definitiva. Y no puedo dejar de pensar en los de mi parentela, los que habitan en las aguas del océano, los que vosotros llamaís crustáceos, a los que devoraís en vuestras celebraciones religiosas . No puedo dejar de pensar en las gambas, las langostas, los cangrejos, todos ellos parte de mi árbol genealógico, que empezarán anotarse raros, luego enfermos y quizás mueran sin imaginarse qué está pasando. El fondo marino se convertirá en un cementerio lleno de cadáveres, y no sólo de los míos, también los peces, los pulpos, los corales, las algas, todo un maravilloso universo de vida inocente sucumbirá ante vuestra estupidez, el agua quedará envenenada por décadas y un silencio aterrador poblará las profundidades. Cómo quereís que os compadezca, cómo quereís que no comprenda y comparta la ira de la Tierra, si para ella no soís más que parásitos dañinos. En qué momento de la evolución os convertisteís en lo que soís y os coronasteís con el título de reyes de la creación, presuntuosos ignorantes. Y lo peor es que no aprendereís hasta que sea demasiado tarde.
sábado, 2 de abril de 2011
La vuelta a la vida
Esta mañana he resucitado de nuevo. Cada invierno, cuando el sopor maravilloso de esa casi muerte que es la hibernación hace que mis constantes vitales queden prácticamente paralizadas, me pregunto si despertaré, si después de los fríos meses veré la maravillosa primavera, repleta de jugosas arañas, saltamontes y hasta alguna rosada cría de ratón con las que darme un banquete después del ayuno. Pues bien, parece que sigo viva. No sé que misterioso mecanismo pone de nuevo en marcha la maquinaria de mi cuerpo. Sólo sé que he empezado a sentir un calor muy agradable, mis patitas se han empezado a agitar, y he sentido un hambre absolutamente atroz. Me he desperezado con cuidado, sobre mi lecho putrefacto de hojas y barro que tan bien me ha protegido del frío, y he asomado mis antenas a la luz. Hace un día glorioso, las macetas del patio están verdes y frondosas, ha debido llover hace poco, porque la tierra está esponjosa y aromática...
!!Qué agradable sorpresa!!, este año hay tulipanes amarillos y blancos en el poyete de la ventana. Adoro la delicada belleza de las flores... Y el maravilloso sabor de la sangre fresca...Acabo de devorar una araña gorda que acechaba a una mosca. Mala suerte para ella, son las reglas del juego. A mí también me tocará, alguna vez, alimentar a las espantosas y gritonas crías de algún mirlo. Sólo espero que sea rápido, no aspiro a vivir para siempre, qué aburrimiento.
Con mi estómago lleno, se ha despertado la curiosidad que, hace que mi vida sea más interesante. Si me limitara a vivir como una escolopendra corriente, probablemente pasaría mi vida cuidando una veintena de huevecillos, cazando de vez en cuando y escabuyéndome en las grietas de las paredes. Pero yo no soy así.
Me he colado en la cocina, aprovechando la grieta que sigue abierta en un rincón, y he visto que los humanos están en casa. Siguen igual, con sus rutinas y sus miserias. Están viendo las noticias, y por sus caras aterradas, debe haber pasado algo sobrecogedor. No son capaces de seguir comiendo, ni siquiera de hablar, sólo miran la pantalla de ese invento que me fascina. Confieso que me encanta asomarme al mundo humano mediante este medio. Es asombroso todo lo que se puede aprender de ellos sólo viendo sus programas. El caso es que he prestado atención a lo que les mantenía tan absortos, y por una vez, he estado muy cerca de comprenderles. Las imágenes no son muy nítidas, y quien estaba grabándolas temblaba visiblemente, lo que quizás daba más dramatismo a la escena. Se veía el mar, pero no el mar azul y apacible de las postales. Lo que estaba delante de mis ojos era una masa de agua negra,en ebullición, con vida propia y enfurecida, fuera de control, que con una ira absolutamente sobrenatural arremetía contra edificios, arrastraba barcos, puentes, coches, vías de tren, todo lo que se ponía a su paso . Y allí estaban los seres humanos, minúsculos y vulnerables, subidos en los tejados de los edificios, supongo que aterrados, rezando a sus dioses y preguntándose si el bloque de pisos resistiría. Me he quedado hipnotizada, sin poder controlar el movimiento nervioso de mis antenas, viendo como todas las infraestructuras que con tanta inteligencia han levantado eran arrasadas con una facilidad pasmosa, y he sentido una profunda lástima por esos pobres humanos, porque también dentro de ellos algo se estaba reduciendo a escombros: la convicción de controlar sus vidas, la falsa seguridad de haberse creado la ficción de una existencia ordenada y predecible, de tener domesticada la Naturaleza. Si hay algo que toda escolopendra, hasta la más tonta, que también las hay, sabe, es la incertidumbre de la vida y la aterradora esencia de la Naturaleza, la madre de todos nosotros. Yo eso lo sé, porque todos los años presencio, y a veces vivo, catástrofes que os pasan desapercibidas: llueve y se inundan los hormigueros, y mueren a miles las estúpidas obreras y las estúpidas reinas. Hay incendios y los conejos se abrasan, los pájaron caen a plomo con los pulmones quemados. El viento arranca las ramas de los árboles y los huevos se estrellan contra el suelo. Así son las cosas. Nosotros lo sabemos y lo aceptamos. Vosotros, tontos, tontos humanos, lo habeís olvidado. Y por eso me dais tanta lástima.
!!Qué agradable sorpresa!!, este año hay tulipanes amarillos y blancos en el poyete de la ventana. Adoro la delicada belleza de las flores... Y el maravilloso sabor de la sangre fresca...Acabo de devorar una araña gorda que acechaba a una mosca. Mala suerte para ella, son las reglas del juego. A mí también me tocará, alguna vez, alimentar a las espantosas y gritonas crías de algún mirlo. Sólo espero que sea rápido, no aspiro a vivir para siempre, qué aburrimiento.
Con mi estómago lleno, se ha despertado la curiosidad que, hace que mi vida sea más interesante. Si me limitara a vivir como una escolopendra corriente, probablemente pasaría mi vida cuidando una veintena de huevecillos, cazando de vez en cuando y escabuyéndome en las grietas de las paredes. Pero yo no soy así.
Me he colado en la cocina, aprovechando la grieta que sigue abierta en un rincón, y he visto que los humanos están en casa. Siguen igual, con sus rutinas y sus miserias. Están viendo las noticias, y por sus caras aterradas, debe haber pasado algo sobrecogedor. No son capaces de seguir comiendo, ni siquiera de hablar, sólo miran la pantalla de ese invento que me fascina. Confieso que me encanta asomarme al mundo humano mediante este medio. Es asombroso todo lo que se puede aprender de ellos sólo viendo sus programas. El caso es que he prestado atención a lo que les mantenía tan absortos, y por una vez, he estado muy cerca de comprenderles. Las imágenes no son muy nítidas, y quien estaba grabándolas temblaba visiblemente, lo que quizás daba más dramatismo a la escena. Se veía el mar, pero no el mar azul y apacible de las postales. Lo que estaba delante de mis ojos era una masa de agua negra,en ebullición, con vida propia y enfurecida, fuera de control, que con una ira absolutamente sobrenatural arremetía contra edificios, arrastraba barcos, puentes, coches, vías de tren, todo lo que se ponía a su paso . Y allí estaban los seres humanos, minúsculos y vulnerables, subidos en los tejados de los edificios, supongo que aterrados, rezando a sus dioses y preguntándose si el bloque de pisos resistiría. Me he quedado hipnotizada, sin poder controlar el movimiento nervioso de mis antenas, viendo como todas las infraestructuras que con tanta inteligencia han levantado eran arrasadas con una facilidad pasmosa, y he sentido una profunda lástima por esos pobres humanos, porque también dentro de ellos algo se estaba reduciendo a escombros: la convicción de controlar sus vidas, la falsa seguridad de haberse creado la ficción de una existencia ordenada y predecible, de tener domesticada la Naturaleza. Si hay algo que toda escolopendra, hasta la más tonta, que también las hay, sabe, es la incertidumbre de la vida y la aterradora esencia de la Naturaleza, la madre de todos nosotros. Yo eso lo sé, porque todos los años presencio, y a veces vivo, catástrofes que os pasan desapercibidas: llueve y se inundan los hormigueros, y mueren a miles las estúpidas obreras y las estúpidas reinas. Hay incendios y los conejos se abrasan, los pájaron caen a plomo con los pulmones quemados. El viento arranca las ramas de los árboles y los huevos se estrellan contra el suelo. Así son las cosas. Nosotros lo sabemos y lo aceptamos. Vosotros, tontos, tontos humanos, lo habeís olvidado. Y por eso me dais tanta lástima.
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