Llevo unos meses teniendo sueños
extraños… La verdad, no sé si llamarlos visiones o sueños. Son tan reales que
me despierto con el corazón latiendo desbocado, como si acabara de perseguir un apetecible
grillo entre la hierba. No son pesadillas, ni mucho menos. Son más bien
experiencias, podríamos llamarlas así, místicas. Me importa bien poco que penséis
que estoy algo ida o que mi capacidad de diferenciar la realidad de lo
imaginario se está difuminando peligrosamente. En primer lugar, porque estas
visiones no me pertenecen estrictamente hablando: están originadas en el
cerebro de la humana a la que estoy unida debido a una casualidad cuántica y a
las que accedo en mis períodos de sueño o meditación. Las escolopendras meditamos más de lo que
podríais imaginar… y en segundo lugar, si fuerais capaces de saber lo que yo
sé, que lo que vosotros llamáis realidad es un tejido formado por miles de
pliegues y esquinas, recovecos donde acechan las cosas más inimaginables que
sólo pueden ser percibidas por consciencias elevadas como las de los miriópodos, los perros y las lombrices, inmediatamente borraríais
la palabra “loco” de vuestros
diccionarios y miles de psiquiatras se
quedarían desempleados.
Desconozco qué extraños c aminos está
transitando la humana, pero puedo aseguraros que me lo esto pasando realmente
bien, tanto que hasta me estoy haciendo adicta a las semillas de ciertas
plantas que me permiten dormir más horas de las que necesito.
Pero me estoy desviando de lo que
quería contaros… esas visiones místicas tendrán que esperar. Como siempre, os
doy una probadita para que os quedéis sufriendo, expectantes, deseando saber más. No puedo evitar mi naturaleza, exquisitamente malvada
. ..Y sé que os encanta, pequeños masoquistas.
Me encontraba
acechando una cochinilla, con algo de desgana. Su carne no es de las que más me
entusiasma, resulta un poco desabrida, pero mis patitas me pedían a gritos algo
de ejercicio. Demasiadas tardes sumida
en el ensueño me estaban convirtiendo en una mera yonqui de experiencias ajenas, como una vulgar y
decadente fumadora de opio. Ya empezaba a notar la electricidad recorrer mis
nervios hasta la punta de mis patas, listas para lanzarse en un sprint mortal. La
escolopendrina empezaba a acumularse en mis forcípulas, preparada para ser
inyectada… Entonces, algo ocurrió que me sacó de mi estado de ataque letal.
Justo ante mis ojos apareció mi archienemiga , Rata de Alcantarilla, la que más
de una vez me ha robado alguna presa y me ha hecho huir, herida en mi orgullo y
con las tripas vacías, que es mucho peor. Por supuesto, la cochinilla se
replegó sobre sí misma formando una
perfecta esfera, y rodó aprovechando la pendiente, para desaparecer en una oscura grieta del
suelo.
Rata de Alcantarilla (R.A. a partir de ahora)
y yo somos viejas conocidas, y nos odiamos cordialmente. La
verdad, ella tiene motivos más que
sobrados para guardarme poca simpatía:
hace unas cuantas primaveras, aprovechando su ausencia, me merendé a un par de
sus hijitos. Aún salivo recordando su dulcísimo sabor. Pero, en el fondo, me
entiende: ella habría hecho lo mismo a la menor oportunidad… Más bien, lo ha
hecho ya varias veces. Y dentro de su propia familia. Que le pregunten a su
prima, Rata Tuerta.
R.A. se quedó mirándome unos segundos,
alzada sobre sus patas traseras. Se estaba riendo como hacen las ratas, moviendo los bigotes y
entornando los ojillos brillantes. Estaba encantada de haberme dejado sin aperitivo. Para seguir con
el ritual, yo también alé mis seis pares de patitas delanteras, fingiendo que
me importaba. R.A., satisfecha, dio media vuelta y, con una agilidad que
siempre me sorprende, trepó a la pared y desapareció por el tejado. Me retiré a
mi guarida y empecé a reflexionar sobre el encuentro. R.A. y yo tenemos muchas
cosas en común, que no voy a enumerar para no aburriros… Pero lo que más
destaca, y a lo que quiero llegar desde hace ya largo rato, es que tenemos una
gran virtud compartida: somos auténticas.
Aquí voy a empezar a hacer lo que
acostumbro: demostrar la superioridad de la raza miriópoda en particular y de
todas las especies animales en general sobre la humana.
Empecemos por la definición de auténtico:
“Auténtico: adj. Coloq.
Consecuente consigo mismo, que se muestra tal y como es. Honrado, fiel a sus
orígenes y convicciones.”. R.A.E.
Que un homínido haya sido capaz de escribir
esta definición y quedarse satisfecho de sí mismo me provoca tales carcajadas
que me duele el estómago…vamos, que me parto la caja. Si hay una especie más
alejada de la autenticidad, maestra del disimulo y de la artimaña, esa es la
humana. Quizás vuestros primos Neanderthales, a los que tanto denostáis en los
estudios antropológicos lo fueron. Pero vosotros lo perdisteis por el camino.
R.A. es una rata vieja, con el
pelaje ralo y sin lustre, que empieza a tener problemas de artritis en su pata
trasera izquierda. Es una perfecta desalmada, incluso para los parámetros
rateros. La veo muchas veces escabullirse, cojeando ligeramente, entre las
sombras, con algo vivo (que dejará de estarlo en segundos), retorciéndose y
chillando entre sus mandíbulas. Si
alguien intenta acercarse cuando está devorando su presa, atacará sin piedad,
sea su hija, su hermana o un adorable y peludo
cachorrillo de rata. Ella es su primera preocupación y siempre lo será, por
encima de todo. Y así lo muestra al mundo, le pese a quien le pese. A mí,
particularmente, me fascina. Ser auténtico, normalmente, no tiene más puntos de
referencia que los que uno se pone. La
palabra clave es consecuente consigo mismo… Que luego seas un santo varón o
un perfecto desgraciado es irrelevante.
Lo que marca la diferencia es que seas lo suficientemente valiente como para
clavar las garras en la tierra y aceptar lo que eres, sea cual sea tu
naturaleza y eso, queridos, tiene un peaje elevadísimo que pagar. Vosotros rara
vez estáis dispuestos a hacerlo. Preferís ser meras copias de copias, grises
repeticiones cada vez de peor calidad, piececitas idénticas encajadas a la
perfección en un sistema mediocre, que anula vuestras almas y espíritus .
Porque ser auténtico está basado en vuestra naturaleza salvaje, una naturaleza que lleváis milenios
escondiendo, asfixiando, bajo capas de civilización inquisitorial. Ser
auténtico es saber reconocer vuestros fallos, vuestras virtudes, vuestras
miserias, vuestras grandezas y no temer mostrarlas, aún cuando el coro de
cotorras se burle a grito pelado, aún
cuando la Santa Madre Iglesia os condene a la hoguera por herejes, y los niños
huyan despavoridos, llorando al ver vuestra alargada sombra. La autenticidad da mucho miedo a los que no
están preparados, porque la responsabilidad de la propia vida pesa como un saco
de piedras sobre vuestras espaldas. Y sois demasiado perezosos como para cargar
con él. Vivís en un mundo de espejos deformantes, pobres humanos. Seguid
posando delante del Moisés de Miguel Ángel con un palito de selfies… porque lo que más os
importa es ver vuestra imagen y
mostrarla a los demás, no la obra de arte que me conmueve hasta las lágrimas.
Seguid siendo incapaces de afrontar vuestra mezquindad. Seguid traicionando a
los amigos. Seguid abandonando a los ancianos. Seguid destrozando un planeta
que no es vuestro. Seguid masacrando a los animales. En definitiva, seguid negando vuestra verdadera
naturaleza. Seguid matando vuestra alma. Porque entonces, cuando vuestro mundo
artificial esté reducido a montones de plástico retorcido y cenizas, y vaguéis sin rumbo como hojas muertas
arrastradas por el viento, lo auténtico
recuperará el lugar que pertenece.