domingo, 20 de noviembre de 2011

La Reina de las Luciérnagas

Por fín ha llegado el otoño. El calor abrasador ha dejado paso, de nuevo, al frío y la lluvia, a las noches largas y a los días deliciosamente grises y melancólicos que hacen que hasta las escolopendras nos sintamos conmovidas por la belleza decadente de las hojas muertas y los cielos plomizos. Y sin que siente de precedente, os contaré, aprovechando este ánimo introspectivo que me esponja el corazón y dulcifica el carácter, cómo conocía a la reina de las luciérnagas. No recuerdo exactamente el cúando, porque mis días y mis noches son sólo una prolongación del mismo presente: el mismo sol, la misma luna, las mismas estrellas que ocupan exactamente el mismo lugar en el firmamento una y otra vez, dentro del perfecto circuito del universo estático en el que vivo. Lo que sí recuerdo es el dónde. Aún no había cambiado los espacios naturales por el domesticado territorio urbanita. Vivía en las raíces medio podridas de un viejo chopo moribundo, junto con una pequeña colonia de frenéticas hormigas negras que normalmente evitaban mi presencia debido a que, alguna que otra vez había aprovechado un descuido para merendarme alguna de las miles de larvas blanditas y apetitosas que con tanto mimo cuidan en el hormiguero.
Mi vida transcurría todo lo tranquila que puede ser la existencia de un miríapodo que en un segundo puede convertirse en la cena de otro depredador, siempre al acecho, persiguiendo unas veces, huyendo otras. Y entonces, en una noche especialmente oscura, llegó ella. Acababa de cazar una polilla, que aunque no es mi plato favorito,el polvillo de las alas me provoca ardores de estómago, era mejor que nada. Me había acurrucado bajo una piedra cubierta de musgo para asimilar todos los nutrientes recién ingeridos cuando, frente a mí ví una extraña luz fosforescente una milésima de segundo, que desapareció al momento. Mis antenas se pusieron en modo alerta, mis 42 patas en tensión, listas para correr como sólo ellas saben. Seguí mirando en la misma dirección, y nada, la negrura más absoluta. Cuando iba a retirarme a mi guarida, de nuevo ocurrió: la más hermosa luz verde que había visto en mi vida brillaba ante mis ojos. Esta vez, permaneció encendida más tiempo, iluminando con una luz irreal las hojas de alrededor. Y se volvió a apagar. Estaba como hipnotizada: la prudencia me gritaba a voz en cuello que ni por lo más remoto me acercara a esa extraña aparición, pero mi estúpida curiosidad me animaba a averiguar qué podía ser lo que estaba presenciando. Entonces, empezaron a surgir más luces de la oscuridad, que, describiendo trayectorias inseguras, se aproximaban a dónde había surgido la primera luz. En un momento decenas de puntitos luminosos danzaban en la noche, describían círculos, bajaban, subían, en una danza mágica y fantasmal. Y entonces ella, la única luz fija, empezó a brillar con una intensidad que nunca había visto, con un resplandor lunar que hacía que te preguntaras si estabas soñando. Poco a poco, todas las luces se fueron aproximando hacia ella, posándose en las ramas aledañas, hasta que todo el árbol quedó iluminado. Entonces, los sonidos nocturnos cesaron de repente, como si el espectáculo fosforescente hubiera enmudecido a todas las criaturas vivas y las luces se encendían y apagaban al unísono, en un extraño lenguaje lumínico que solo esos seres entendían. Era como presenciar un canto sin sonido, una melodía sin notas...Y así, en vela, pasé toda la noche, maravillada, hasta que la luz del amanecer borró todo rastro de lo que había presenciado dejándome con la duda si, de nuevo, había ingerido por accidente alguna sustancia alucinógena.
El siguiente día lo pasé en duermevela, sin fuerzas para salir de caza, pero con una única obsesión: esperar la oscuridad de nuevo y extasiarme con el espectáculo de la noche anterior. Y así hice,noche tras noche durante una semana. Casi olvidé alimentarme, descansaba poquísimo y la debilidad se empezó a apoderar de mi cuerpo. Nada importaba más que esa luz magnética y boreal, y sin darme cuenta, empecé a resbalar hacia una dulce y aterciopelada muerte totalmente voluntaria. No sé que habría sido de mí si en una de esas letárgicas mañanas en las que lo único que hacía era esperar las horas nocturnas no me hubiera topado con un hambriento mirlo, que, aprovechando mi sopor, me cogió con el pico con la nada elegante intención de desayunarme. Cuando sentí la sacudida de su pico desperté de mi estado de embrutecimiento y, aprovechando que mis mandíbulas caían cerca de su cuello, le hinqué mis colmillos, inyectando una generosa dosis de ponzoña en su cuerpo. Me dejó caer al momento y, afortunadamente, ese incidente despertó mis sentidos de nuevo. Una cosa es dejarse morir de fascinación y otra muy diferente que un apestoso pajarraco te devore para luego regurgitarte en los picos hambrientos de sus pelados polluelos. Una tiene su dignidad. Como pude me arrastré hacia el hormiguero: necesitaba alimento fácil de conseguir y abundante que no agotara mis escasísimas energías, al igual que vosotros acudís cuando os rugen las tripas a los McDonald´s. Fué una orgía de sangre, y, cuando ahíta de larvas, sentí la energía volver a mi cuerpo decidí averiguar que extraño ser me había hipnotizado de tal manera. Pero claro, debía ir de día, cuando su capacidad de seducción fuera nula.
Me dirigí a la roca desde donde divisé por primera vez esa extraña luz, y, tengo que confesarlo, con un leve temblor en mis patas, trepé al árbol buscando el origen... Y, como pasa en muchos momentos de la vida, preferí no haber sabido la verdad. Esperaba encontrar un ente luminoso y perfecto, la matrialización de todo lo bello... Pero allí estaba, devorando una babosa negra y viscosa, como si fuera la única vez que hubiera comido. Levantó su cabecita grisácea, y, con hilillos de sangre de su presa goteando de su mandíbula, me miró ausente, un momento, sin una chispa de curiosidad en sus ojillos, para luego seguir comiendo como si yo no estuviera allí. El origen de mis desvelos, de mi casi fallecimienro, no era más que una espantosa y fea luciérnaga, un insecto con el cuerpo blando y fragmentado, !y con sólo seis pares de patas , qué vulgaridad¡... A punto estuve de abalanzarme sobre ella y devorarla... Sentí mi orgullo herido... ¿Cómo era posible haber caído bajo el embrujo de un ser tan absolutamente insulso, sin gracia alguna?. Lo que había estado presenciando no era más que el cortejo de los bobos machos luciérnagas, que sí pueden volar, y atraidos por la intoxicante luz de la hembra acuden, como seres sin voluntad, a suspirar por los favores de la hembra. Y yo había sido uno más de sus aborregados admiradores...
Sin embargo, me dí media vuelta y puse tierra de por medio. ¿la razón?... Pues bueno, de alguna manera, aunque a la luz del día no dejara de ser un tipo de escarabajo poco agraciado, su luz me había transportado a un estado cercano a la felicidad. Nunca había visto nada tan hermoso, aunque fuera mentira...Y así estuve muchos días meditando sobre la belleza, sobre el poder que ejerce en las almas sensibles, como la mía, y sobre que, muchas veces, pasamos nuestras cortas vidas suspirando por una enorme y falsa ilusión, por una falacia...pero era tan,tan hermosa...