miércoles, 31 de diciembre de 2014

!Bienvenidos a Muertelandia¡

Sé que habéis estado en un sin vivir, contando las horas, los minutos, esperando mi nueva entrada... Es ironía, queridos. Bastante bien sé las fechas que son.  Lleváis casi dos meses inmersos en la pornografía del consumo, en la celebración del nacimiento del dios al que luego clavaréis a una cruz, como si fuera un adorno navideño de esos que tanto os gustan...  No prestáis atención más que a vuestros estómagos repletos de cadáveres de animales, las verdaderas víctimas de vuestras celebraciones. Pero no voy a caer en la obviedad de criticar vuestras fiestas religiosas justo ahora. Tengo que dosificar mi exquisito veneno para  continuar donde me quedé... Oh, Benarés... Varanasi, la ciudad preferida de Shiva... El Parque temático de la Muerte... Bienvenidos a Muertelandia.
Llegamos después de una larga noche en un tren deliciosamente antiguo, de esos que no tienen ninguna prisa en llegar a destino, porque saben que lo importante del viaje es el camino, atravesar campos, ríos, poblados, espantar bandadas de pájaros y esquivar las pedradas de los niños que no tienen nada mejor que hacer... 
Y ahí estaba, Varanasi para los nativos, Benarés para los turistas. Cerrada en sí misma, de calles estrechas y laberínticas,  celosa de su intimidad,  negándose a que los extraños la conozcan nada mas llegar...   Mi sentido de la orientación, como miriópodo, es  excelente, pero encerrada en el cuerpo humano dejaba muchísimo que desear. Así la primera sensación que se experimenta es la de estar perdido, no te queda más remedio que caminar sin saber a dónde te diriges, hasta que aparece un extraño que te guía a dónde quieres llegar.  Afortunadamente,  y para mi sorpresa, existen en todas las partes del mundo... Las personas amables y desinteresadas, que se apiadan de la mirada indefensa del extranjero, te ponen bajo su ala protectora y te dejan sano y salvo en el hotel que buscas.  Entonces, una vez encontrado tu centro de referencia, empieza el juego del descubrimiento. Para mí hubiera sido mucho más fácil... mi perfecto cuerpo se habría deslizado por grietas, trepado por paredes, escabullido entre las patas de las vacas, que por cierto, parecían más numerosas aquí.. ¿o es que las callejuelas eran más estrechas?.. En fín tampoco me iba a poner quisquillosa, al fin y al cabo, era un viaje gratis. 
La gran sorpresa fué el Ganges, el sagrado Ganga, más parecido a un mar que a un río. De color plomizo brillante, majestuoso... y totalmente contaminado. Para los indios,  la salvación se encuentra en sus aguas...  Y aquí, queridos y queridas, es dónde se encuentra la entrada al parque temático.  En las riberas escalonadas del río  o Ghats, es dónde se desarrolla el  mayor espectáculo del mundo dedicado a la muerte. Personalmente siempre me ha parecido, lo he dicho ya muchas veces, que le dais demasiada importancia a eso de morirse, aunque puedo llegar a entenderlo...  Vuestro inflado Ego os domina.Y de verdad, desde mi privilegiada mente, comprendo el complejo ritual y las profundas razones religiosas que llevan a los hindúes a querer ser  reducidos a cenizas y esparcidos en su río sagrado... Pero... (pausa dramática... Me encanta ser teatral, no puedo evitarlo)...cuando pasamos de la delicada línea espiritual al trazo grueso de lo religioso...Señores y señoras, entra en juego el Espectáculo, la Exhibición y su hermana bastarda, la Codicia. No os escandalicéis, mis adorados homínidos. No estoy siendo racista. No es exclusivo de la India. Cualquier religión establecida institucionalmente tiene su despliegue de medios, su coreografía, decorados, incluso sus grandes Divas... ¿O los dorados y púrpuras de los sucesivos santos padres no son propios de Drag Queens encumbradas? ¿y esas cuidadísimas barbas cayendo en cascada sobre chilabas de ricos tejidos de los Imanes musulmanes no merecen aparecer en pantallas HD? ¿y los maravillosos bucles, envidia de Shirley Temple, de los Rabinos?... Eso por no hablar del maravilloso colorido de las túnicas budistas, que destacan las brillantes calvas de los lamas...
Cada gran religión tiene su  particular parque temático.  Y el fin último de todos los parques temáticos es recaudar. El de los cristianos, sin lugar a dudas, se lleva la palma en cuanto a escenografía: el arte, en todas sus  esplendorosas manifestaciones, puesto totalmente a su servicio. Si lo tuyo es la culpa, el sufrimiento, el arrepentimiento,cuidadosamente incrustados en tu cerebro desde que eres un inocente niño, visita el Vaticano. No te defraudará.  Y quizás tengas suerte, si eres un jovenzuelo puede que te dejen besar la mano de algún sacerdote. Lo que pase luego quedará entre tú, él y dios.
Si, por el contrario, te van las emociones fuertes,  deseas ardientemente expandir una fe anclada en la edad media, eres austero, y preferentemente hombre, o en su defecto, perfecta mujer sumisa... Visita la Meca y pégate un par de vueltas a la Kaaba. Puede que mueras aplastado por una avalancha humana, pero estarás prácticamente en el paraíso... ¡Y el AVE no tardará en llegar! 
!Y los judíos¡... El pueblo elegido, el favorito de dios. Que seguridad da saberse el ojito derecho del creador.    Si eres de los que coge lo que cree que es suyo, que para eso te lo ha dicho dios, sin importar que sea de otro, si te encantan los sombreros negros tipo cordobés y sobre todo, lamentarte porque los demás no te entienden.. .Este es tu lugar. Jerusalén te ofrece la oportunidad de darte de cabezazos contra el Muro de las Lamentaciones. Pide y se te dará... Eso sí, cuidado con lo que dices, que son muy sentidos y todo se lo toman muy a pecho. No sea que se les escape una bala.
El siguiente gran parque temático religioso puede engañarte por su aparente sencillez. !Qué remedio les queda, si los chinos les expulsaron de Lasha  y se quedaron con todo Tibet¡. Pero no os preocupéis, que los budistas han sabido encontrar su sitio en el norte de India... y van ganando adeptos a la chita callando. Nunca os fiéis del calladito de la clase, y menos si no para de sonreiros. Si sois occidentales,  estaís asqueados de ser la minoría privilegiada del planeta con acceso a agua potable,  tiráis manjares que no os apetece comer,  el lujo os rodea,  vuestro mayor problema es controlar la báscula y os sentís tan culpables que ni os apetece compraros la última tablet de Apple, peregrinad al prehimalaya, a Dharamsala. Allí os mostrarán que mediante el desapego, la meditación y la aniquilación del ego la rueda del karma se para... Y luego podeís regresar a vuestra vida de lujos y comodidades, con una resplandeciente aura de calma y serenidad... Eso sí siempre desde el desapego.
Como habréis observado, me dejo mi favorito para el último lugar... Muertelandia es lo más trendy para el turista espiritual, normalmente de raíces cristianas. Para ellos la muerte suele ser un tabú absoluto. Cuando no queda otra que enfrentarse, cara a cara, con la muerte, no se te ocurra decir "muerto"... Di "fallecido". No hables del "cadáver", si no del "cuerpo presente"... Y por favor, ni se te ocurra mencionar el hecho de que ha muerto... Ha pasado a mejor vida. Y bueno, hay que ver qué maquillajes, qué retoques, qué estilismo capilar, qué manera de preparar al...¿muerto?... Si tiene mejor cara que cuando estaba vivo. Con esa lozanía en la piel, ese color a manzana recién cogida... ¡Enterrarle parece un asesinato!.
Por eso, aquellas almas inquietas que buscan ponerse en contacto con la realidad más cruda, esos que buscan el despertar catártico, visitan Benarés. Hay que ver un muerto  auténtico antes de que tú te conviertas en uno. Y una vez allí, te garantizo que tendrás mil oportunidades  de ver cadáveres. Previo pago, un guía te llevará encantado hasta donde pueden llegar los turistas, donde almacenan la leña para las piras funerarias y de paso, te señalarán que bajo esa mugrienta sábana,  tirado en un rincón, hay un cadáver recién fallecido. Gracias por la información.
Te hablará de las maravillas de la madera  aromática que utilizan, que evita los olores desagradables del cuerpo al ser churruscado, de que los más pobres no tienen acceso a la leña y son lanzados tal cual al río, envueltos en una simple tela... En fín, que tu necesidad de ver restos humanos en todos los estados de putrefacción va a ser completamente satisfecha. Es más, llegará un punto en el que serás capaz de comerte un bocadillo de gallinejas , tranquilamente,contemplando cómo flota, lánguidamente, lo que queda del que fué un ser humano como tú.
Por si  fuera poco el espectáculo cadavérico, los sadhus  aportan colorido, es un decir,  y más dramatismo si cabe. Son los grandes showmen de los ghats del Ganges. En teoría, los sadhus son hombres santos, ermitaños que viven solitarios, renunciando a los placeres y a las posesiones terrenales.  Aparte de su impactante aspecto, básicamente ir desnudos, cubiertos de ceniza y con unas larguísimas melenas y barbas, pueden mostrar su santidad de muchas maneras: no hablando jamás; dejándose de cortar las uñas; renunciando a tocar el suelo por lo que viven suspendidos en una especie de columpio; colgándose pesas de los testículos... La imaginación es el límite. 
Como cualquier parque temático que se precie, los tenderetes de los shadus se suceden unos tras otros, buscando atraer al turista místico de turno al que fascinar e iluminar con su sabiduría. Lograr el mejor lugar es motivo de riñas. Aún los hombres santos pierden los papeles de vez en cuando. Además, renunciar a lo material no implica no poder llevar unas flamantes Rayban  o el último modelo de smartphone. Si el agradecido extranjero insiste en regalártelas que vas a hacerle...Así le ayudas al desapego.

Ahora, con toda esta información, mis queridos humanos, elegid el parque temático que más os atraiga. Hay donde elegir. Pero no os engañéis, queridos... Divertíos un rato, ilusionaos pensando que allí encontrareis el sentido, haceros fotos con los encantadores  y coloridos dioses hindúes, besad el pie incorrupto del santo de turno, tocad las campanas tibetanas, rezad mirando a la Meca... Al final, todo es lo mismo. Y el verdadero dios  lo encontraréis dentro de vosotros. Se llama Átomo... La Gran Escolopendra así lo reveló.

domingo, 31 de agosto de 2014

Delhi, demasiado real para ser verdad

Seguramente más de uno haya alzado una ceja y esbozado una sonrisita de incrédula displicencia al leer lo de “escolopendra budista” de la entrada anterior… Mucho me temo, queridos humanos, que tenéis un preocupante problema de ego. Desde que las religiones monoteístas (por cierto, un soberano aburrimiento) creadas por vosotros mismos, implantaron en vuestros cerebritos de primates la absurda idea de superioridad intelectual, moral y espiritual, al resto de los seres vivos que poblamos este maravilloso y terrible planeta nos ha tocado el papel de bestias esclavas de las pulsiones del instinto. Cierto que no nos andamos con rodeos a la hora de seguir los dictados de la biología… pero deberíais miraros a vosotros mismos, hace unos cuantos miles de años, o sea, antesdeayer, cuando en las cuevas devorabais a dentelladas carne cruda y  de postre copulabais despreocupadamente… No hace tanto que éramos iguales. Incluso ahora, queridos, debajo de las capas de buenas maneras y convenciones sociales, late vuestra bestia antigua, agazapada en vuestro rincón reptil del hipotálamo… Adelante, tragaros el orgullo y buscad en la Wikipedia, como he hecho yo.
            La espiritualidad no es vuestro patrimonio. Nadie mejor que nosotros comprende la magia de la vida, el misterio insondable de la existencia, la grandeza de formar parte del Sagrado Mecanismo. Cada uno de nosotros ocupa su sitio en el delicado tejido de la Telaraña Universal, y lo sabemos desde el momento que respiramos por primera vez... A vosotros, mucho me temo, os ha llevado cientos de años llegar a ello, y salvo honrosas excepciones, las religiones poco o nada han contribuido, muy por el contrario, os han separado de vuestra naturaleza primordial. Por eso estáis tan perdidos, pobres seres desvalidos, y no podéis esconderlo, porque os he visto, queridos, os he visto…
            El descubrimiento fue en ese gran hormiguero del que os hablaba llamado India. Hasta que no lo presencié con los ojos prestados de la humana jamás hubiera podido imaginarlo… Es decir, he visto multitudes afanándose en ciudades, pero no dejaban de ser la suma de individuos. Aquí era distinto… Guardaba un extraño parecido a un enjambre, a una comunidad de insectos que comparten una frenética y misteriosa tarea común: moverse sin parar, en ríos humanos, sin ningún orden ni concierto aparente. Las únicas que parecían saber dónde iban eran las apacibles vacas de ojos sabios, que transitaban con paso calmado ajenas al pitido incesante de los rikshaws, de los coches desvencijados, a los empujones de las personas que, una vez establecida su trayectoria, ninguna fuerza del universo era capaz de apartarlas de ella.
            Noté cómo la humana se mareaba un poco ante esta efervescencia de vida, y tengo que reconocer que yo también… Hasta los colores de los ropajes tenían un extraño poder intoxicante, tan intensos que las retinas parecían doler. La sensación que tuve, era que aquí era todo tan extremadamente real que parecía falso, no sé si me explico… Es como cuando ves el azul del cielo de un decorado. Tan perfecto, tan intenso, que no puede ser verdad.
            Lo que desde luego era verdad, sin embargo, era el olor. Incluso para mí, que no soy nada exquisita, a veces era demasiado… y eso que no le hago ascos a la carne podrida de vez en cuando. Mi madriguera, en la que paso largos períodos de tiempo huele a brisa primaveral comparada con las estrechas y sombrías callejuelas de las ciudades indias. Pero bueno, quién soy yo para criticar la  baja sensibilidad olfativa de estos humanos.
            Los primeros días en Delhi (ya me había enterado cómo se llamaba la ciudad), fueron vibrantes y extraños… Gente por todos lados, bullicio, cabras, vacas, niños mendigos de espectaculares ojos negros, vendedores de incienso, perros sarnosos excepcionalmente pacíficos, montañas de verduras artísticamente colocadas sobre una esterilla en el suelo, apresuradas comitivas funerarias llevando a hombros el cadáver envuelto en una sencilla tela, flores amarillas decorando cientos de altares dedicados a cientos de dioses….  Y todo este bombardeo incesante de estímulos de todo tipo, capaz de volver loco a más de un occidental, era lo considerado como normal. Gracias a mis  pasadas experiencias extracorpóreas me resultó sin duda más fácil encajar lo que estaba viviendo sin querer hacerme un ovillo y esconderme en la primera hendidura que encontrara.
 La grata sorpresa fue sin duda las habitaciones de los hoteles, por llamarlos de alguna manera,  que eran como un cinco estrellas superior para escolopendras.     Imaginaos: oscuras, húmedas, cálidas, sin iluminación apenas, con cientos de grietas y desconchones donde dormitar… Y lo mejor, un buffet permanente de las mejores cucarachas, moscas, arañas, hormigas y una variedad asombrosa de delicatessen exóticas con las que podría haberme deleitado todo el viaje si mi cuerpo real hubiera estado allí.  Obligar a la humana a comerse una crujiente cucaracha estaba, sin lugar a dudas, completamente fuera de mis posibilidades, aunque a veces la sorprendía mirando con demasiada atención  algún insecto especialmente apetecible…  En definitiva, deberían incluirlos en la guía Michelín para miriápodos. 

             Después del primer choque, cuando ya lo extraordinario pasó a ser  ordinario, empecé a enterarme de cosas interesantes y sorprendentes. Parece ser que  India es el destino  favorito de aquellos viajeros que buscan la experiencia espiritual de su vida… Es cierto que vi que muchos viajeros, la mayoría europeos y americanos, en resumen, los considerados como pertenecientes a la cultura occidental, tenían un denominador común: una mirada absolutamente fascinada con toques de enajenación.. No descubrí la causa hasta la siguiente parada… Varanasi o Benarés Y ahí es a dónde yo quería llegar,  pero lo dejamos para la próxima ocasión queridos…  ¿Podréis esperar ante mi siguiente despliegue de sabiduría … Creo que sí.